domingo, 27 de mayo de 2012

Ibi

Resulta sumamente instructiva la campaña promovida por la izquierda —y secundada por algunos tontos útiles de la derecha— contra la exención del pago del impuesto de bienes inmuebles (IBI) que disfrutan los edificios de la Iglesia católica. Tal exención tributaria ha sido presentada como un «privilegio» por los promotores de la campaña, que en una desquiciante pirueta de cinismo se han atrevido a afirmar que, suprimiéndola, la Iglesia contribuiría a la situación de crisis «como lo están haciendo otras instituciones y entidades». Hace falta, desde luego, tener una jeta de piedra pómez para atreverse a solicitar una contribución a la crisis a la institución que, de lejos, más medios humanos, materiales y espirituales dedica a su alivio (y que, si mañana dejara de dedicarlos, provocaría el colapso de la sociedad española). Pero la jeta de piedra pómez deviene jeta de feldespato cuando consideramos que la exención del IBI que disfrutan los inmuebles eclesiásticos no constituye privilegio alguno, sino aplicación de lo establecido en la ley de mecenazgo 49/2002, en la que se especifica que están exentos del pago del IBI los edificios de las instituciones más variopintas, desde la Cruz Roja a las federaciones deportivas, pasando por entidades sin fines lucrativos. Entre tales instituciones se cuentan todas las confesiones religiosas que tienen suscritos acuerdos de colaboración con el Estado, entre las que se halla, desde luego, la Iglesia católica, pero también la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas, la Federación de Comunidades Judías o la Comisión Islámica. La razón por la que la ley contempla dichas exenciones es el reconocimiento de que las actividades que desarrollan tales instituciones constituyen un servicio a la sociedad. Huelga añadir que, siendo la ley de mecenazgo de carácter estatal, los ayuntamientos no pueden saltársela a la torera, como pretendía hacer, con ligereza muy característica de los tontos útiles de la derecha, la alcaldesa de Zamora.
 
La Iglesia católica no disfruta, pues, de ningún régimen fiscal privilegiado, sino que se acoge a los mismos beneficios que disfrutan infinidad de instituciones que prestan algún servicio a la sociedad; prestación que, por lo demás, ninguna otra institución ofrece con mayor profusión y palpables efectos benéficos que la Iglesia católica, a través de la cual se organiza un tejido de actividades asistenciales sin parangón. La campaña promovida por la izquierda, tan burdamente demagógica, delata a simple vista una inquina irracional; pero, profundizando en sus causas, descubrimos que se trata de una reacción perfectamente lógica, tan lógica como la reacción del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún, que ante la prédica de Jesús (y en contraste con el desconcierto de sus seguidores: «Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron») berrea, con apabullante lucidez: Sé quién eres: el santo de Dios».
 
No, no es que la izquierda no reconozca que la Iglesia católica desarrolla una ingente labor asistencial. Es que reconoce que, ante todo, la Iglesia desarrolla una labor espiritual que odia con toda su alma; una labor espiritual que no reconoce en ninguna otra confesión religiosa, por la sencilla razón de que, para la izquierda, la religión católica no es una religión más, sino LA religión. En lo que la izquierda española vuelve a confirmarnos, en una época tan descreída, que nadie cree tanto como quienes «creen y tiemblan». Ya lo escribió Foxá: «Era aquello una demostración de que en España no había católicos y ateos, sino católicos y herejes. Una vez más, en la auténtica línea española, detrás de la Cruz estaba el diablo, pero no el vacío».
 

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