lunes, 21 de mayo de 2012

El tenorio y Don Luis Mejía

En una estampa devastadora de Madrid de corte a checa, Agustín de Foxá retrata a los diputados en el buffet del Congreso, después de haberse despellejado en la sesión parlamentaria que acaba de concluir: «Se trataban todos con el afecto de los actores después de la función. Como Ricardo Calvo, tras hacer el Tenorio, se iba a cenar al café Castilla con don Luis Mejía, al que acababa de atravesar en escena». En esta misma impresión de dramaturgia descarada o pantomima falsorra abunda Julio Camba: «Cuando los hombres de la República se incautaron del Estado español se vio bien a las claras que no querían introducir en él ninguna reforma fundamental, ni muchísimo menos, y que, si lo deshacían y ponían en pedazos era, sencillamente, para mejor repartírselo entre unos y otros. Se apoderaron del Estado con el mismo criterio que hubieran podido apoderarse de un salchichón; y, ni cortos ni perezosos, procedieron a merendárselo vorazmente, en presencia del país entero que, siempre cándido y confiado, se decía: “Bueno. Primero habrá que dejarles tomar algunas fuerzas, que bien deben necesitarlas los pobres, y luego ya empezarán a trabajar...”».
 
La observación de Camba y Foxá sigue vigente: el Tenorio y don Luis Mejía se siguen estoqueando en escena, para mantener entretenidas a sus respectivas aficiones; pero, apenas cae el telón, corren a llenarse la andorga sin mayores remilgos, en amor y compaña, hasta ventilarse el Estado-salchichón. El último o penúltimo episodio (y van...) de esta representación archisabida nos lo ofrecen las sucesivas revisiones del déficit público, que peperos y sociatas esgrimen, a modo de estoques de pega, para impresionar a sus respectivas aficiones, siempre cándidas y confiadas, que ni siquiera se detienen a pensar que el salchichón se lo han zampado entre ambos, con idéntica voracidad; y que ambos han jugado a escamotear algunas lonchas, en la certeza de que, cuando se descubra el escamoteo, podrán hacérselo perdonar fácilmente, aduciendo que el fingido rival hizo lo mismo. Y así, reprochándose sus respectivos escamoteos, el Tenorio y don Luis Mejía, logran que la función no se caiga del cartel... y se aseguran el reparto del salchichón.
 
Si la política no fuese puro teatro que disfraza el reparto del salchichón, cuando se descubrió que Zapatero y sus ministros habían falseado el déficit público, los descubridores del escamoteo tendrían que haberlos denunciado ante los tribunales, como se haría con cualquier contable al que se pilla falseando las cuentas de su empresa. Pero, ¡oh sorpresa!, ¿qué hicieron los descubridores del escamoteo? Pues tratar a los responsables con el afecto de los actores después de la función: condecoraron con el collar de la Orden de Isabel la Católica al galán de la compañía; y a los comparsas con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Luego, tras las condecoraciones, empezaron a darnos la matraca con la «herencia recibida», que siendo una herencia que previamente habían condecorado no podía ser tan inopinada como histriónicamente la pintaban; aunque, en puridad, llamar «herencia» a lo que no es sino un salchichón que cambia de manos sin cambiar su titularidad solidaria constituye un abuso lingüístico, propio de la jerga teatral. Ahora se descubre que en el reparto del salchichón también las comunidades autónomas peperas escamotearon alguna loncha; lo que, llegado el momento, será recompensado con las debidas condecoraciones. De momento, el Tenorio y don Juan Mejía seguirán atravesándose en escena, para diversión de sus respectivas aficiones, siempre cándidas y confiadas. ¡La función debe continuar!
 

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